El vino

En ocasiones, un buen vino puede hacer que una buena comida se convierta en estupenda. También, claro está, con un vino que no está a la altura se puede conseguir el efecto contrario.
Vivimos en un país en el que tenemos la fortuna de disfrutar de grandes caldos, y además, a un precio aceptable, lo cual es más interesante todavía. Pedir en un restaurante un vino de 100 € y acertar es bastante sencillo, hacerlo con uno de 20 ya entraña alguna que otra complicación.
Me gusta, cuando voy a una zona determinada, probar los vinos que allí se hacen, intentando elegir alguno que defina la zona en cuestión o, todo lo contrario, que se desmarque de ella.
Me gustan los clásicos pero tengo la sensación de que no descubro nada (aunque pueda disfrutar mucho), prefiero algo diferente, una Denominación de Origen emergente, un vino con un proceso de elaboración algo original, un curioso coupage... Aunque puedes llevarte una decepción (un poco de riesgo anima la vida).
Soy algo meticuloso con el servicio (sin pasarnos), me apetece que el vino que he elegido sea el que me traigan y que cuiden la botella con el mismo cariño con el que yo lo he escogido. Aprecio unas buenas copas y unos buenos consejos del sumiller. Quiero disfrutar del vino, de la comida y de la compañía.
Tengo la seguridad de que hay momentos para tintos y blancos (al rosado no se lo encuentro), para jóvenes, crianzas y reservas, para cavas y champagnes, para vinos dulces y para todos los demás. Pero creo que nunca es buen momento para un vino de escasa calidad.

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