Javier Bardem
Ayer no ganó el Oscar, pero como la derrota tiene virtudes que la victoria no conoce, hoy voy a hablar de él.
Vivimos en un país, creo que en un mundo, en el que ensalza cualquier curioso mérito personal y se eleva a héroes patrios a cantantes sin talento, tenistas, conductores de coches de competición y otros bienhechores. Pero por la razón que sea, Bardem no es héroe, molesta que haga películas en Estados Unidos, que no hable de su vida privada o cualquier cosa. Quizás sea que es un hombre de izquierdas y que, además, lo diga siempre que tiene ocasión.
Bardem no es un actor más, ni uno mejor, es uno de los grandes. Se codea con cualquiera y así se demuestra en cada actuación, se arriesga en la elección de sus guiones y mejora las películas con su presencia. A la hora de los premios, ni el idioma supone una barrera, cosa inaudita.
Desde algunos sitios se ponen cortinas de humo para tapar su talento, tienen mala suerte, es demasiado grande.
Ha dejado ya papeles inolvidables, pero dejará muchos más, aquí y allá. Para mí, sí es un ejemplo de trabajo y lucha pero, por encima de todo, es uno de los mejores actores de la historia del cine.
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