Discurso de Haneke

Hoy Michael Haneke ha recogido el premio Príncipe de Asturias de las Artes. Pocas veces estoy tan de acuerdo con un galardón. Dejo de lado la incultura con la que se acercan a él y a su obra algunos medios y me centro en su discurso. Ahí va, es tremendo:
Es hermoso y difícil ser premiado. El porqué es hermoso no necesito explicarlo: a todos nos encanta una muestra de reconocimiento. Es difícil, y se hace más difícil con el peso del reconocimiento, porque el premiado se pregunta ¿por qué yo y no uno de los muchos otros que han hecho lo mismo e incluso más en el mismo campo? Y la búsqueda de la razón queda forzosamente sin resultado, porque las decisiones de los jurados y los golpes similares de fortuna o infortunio tienen raíces indescifrables.
Si se me permite recibir este premio tan respetable y cargado de prestigio en España, me pregunto: ¿qué has hecho tú por España, o tal vez por Asturias, para que sean tan amables contigo?
Salvo que se me concedió, gracias a la invitación de Gerard Mortier, poner en escena Cosi fan tutte de Mozart en el Teatro Real de Madrid, nada de nada.
Nunca había estado aquí antes, más bien había sido obsequiado por este país desde lejos, a través de su literatura, sus películas, su música, sus pintores.
Cuando –estando por primera vez en Madrid con motivo de la puesta en escena de la ópera– entré en el Prado en la sala con las Pinturas negras de Goya, esto supuso una conmoción que, probablemente, nunca olvidaré. Empecé realmente a temblar y tenía dificultad para mantenerme en pie. Rápidamente salí de la sala porque no lo aguantaba. Pero tenía que volver. Cada vez que mi trabajo en el Teatro Real me lo permitía, regresaba para exponerme a las sensaciones que esta obra provoca en mí.
Creo que esta experiencia con el arte, que me ha conmovido con una vehemencia para mí casi desconocida, puede ser una hermosa ocasión para hablar de aquello por lo que hoy estoy aquí como premiado en la categoría de las Artes: las posibilidades de influencia existentes o inexistentes de la creación artística o cinematográfica contemporánea.
Y eso que ni siquiera se puede dar por seguro que mi propio campo de trabajo, el cine, se pueda considerar arte. Desde su invención a principios del siglo pasado, el carácter de feria de la mayor parte de su producción ha hecho todo para impedirlo.
Debido a su particularidad de ser la más cara de todas las producciones artísticas y, a la vez, la más efímera y dependiente del mercado, el cine se encuentra en una situación de tensión especial. El primer cometido de cualquier película es encontrar un público lo más amplio posible para así cubrir al menos sus costes de producción y asegurar la posibilidad de seguir trabajando de forma continuada. Los errores, al igual que en otros sectores económicos, no son tolerables: el que los cometa repetidas veces, difícilmente tendrá la oportunidad de seguir trabajando. A ello se añade como agravante la competencia de los medios de comunicación de masas que con su trivialización de los criterios estéticos y de contenido, forzada por la dependencia del índice de audiencia, no representan precisamente una escuela audiovisual compleja para el público potencial del cine.
En Europa, la dependencia del mercado está solo aparentemente amortiguada por las subvenciones. En efecto, en nuestro continente es más fácil para el director de cine cometer errores sin que esto signifique inmediatamente la paralización de su trabajo en el futuro. Pero en comparación con la abierta dictadura del mercado estadounidense, en la que el éxito de una película se mide exclusivamente en dinero contante, la influencia sobre la producción cinematográfica de las cadenas de televisión, que en Europa participan decisivamente en la financiación, es un mal solo insignificantemente menor.
El cine cuenta con un atributo propio: es mucho más joven que todas las demás formas artísticas, así que espero que tenga sus mejores tiempos aún por delante. Pero a pesar de esta juventud se ha
hecho culpable como casi ninguna otra forma de expresión artística. Ni la literatura, ni el teatro han conseguido alejarse tanto de su propia vocación. Las artes plásticas han llegado como mucho a los carteles de propaganda y la música a las marchas militares; el cine, con su peligrosa eficiencia en temas propagandísticos, ha puesto en peligro el destino de miles de personas. Me parece demasiado fácil negarles sin más a estas películas su carácter artístico, señalándolas como meros desvaríos. No se puede negar a cineastas como Riefenstahl o Eisenstein su alta capacidad estética.
He hablado antes de mis sensaciones ante las Pinturas negras de Goya. Hasta ese momento nunca había estado confrontado con el efecto tan directamente físico de un cuadro y creo que también para la mayoría de las personas la manera de recibir el arte acontece generalmente de una forma más contemplativa.
El cine, en cambio, es un medio de avasallamiento. Ha heredado las estrategias efectistas de todas las formas artísticas que existían antes que él y las usa eficazmente. Todos conocemos el efecto de los cuadros de tamaño sobrenatural y los tonos sobre nuestra pulsación y nuestro bienestar general. En eso radica la fuerza del cine y su peligro. Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador como el cine. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta responsabilidad? ¿Surge la fundada desconfianza de aceptar el cine como forma artística de esta responsabilidad tan frecuentemente no asumida? ¿La manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el respeto ante el tú del receptor una condición básica para poder hablar de arte en general?
Quiero huir de definir los requisitos para el arte o incluso de querer limitar sus fronteras. Pero pienso que, además de la correspondencia entre contenido y forma, indispensable para cualquier arte, la capacidad de diálogo es y tiene que ser una característica igualmente indispensable de la producción artística, el respeto ante la autonomía del otro. Un autor que no toma en serio a su socio, el receptor, de la misma forma en que él mismo quiere ser tomado, no tiene un interés real en el diálogo.
Demasiadas veces el cine ha traicionado esa regla básica interhumana, que precisamente es también una regla básica de la producción artística. La manipulación sirve para muchos fines, no solo políticos. También atontando a la gente uno se puede hacer rico.
Pero si, como en esta ocasión, se quiere honrar al cine en la categoría de las Artes a través de este Premio tan reconocido y, por lo tanto, ennoblecer una forma artística, pienso que es oportuno recordar estas condiciones.
También en nombre de mis colegas, les doy las gracias de todo corazón.

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